Hace tiempo ya, realmente más del que me gustaría recordar, estábamos hablando un grupo de amigos sobre la eterna búsqueda de la felicidad. En aquellos momentos solo yo afirmé que me sentía plenamente feliz.
Mis argumentos fueron, que tocaba con el grupo que quería, salía con la chica que me gustaba y tenía un trabajo que no me desagradaba y encima cobraba bien... Con 24 años que contaba entonces, me parecían argumentos más que suficientes como para declararme públicamente feliz.
Visto en la distancia y con la perspectiva que da la vida con el paso del tiempo, esos argumentos no dejan de parecerme un tanto pueriles o superficiales. Muchas veces hemos leído u oído frases en torno a la felicidad del tipo “La felicidad se encuentra en las cosas sencillas” o como decía Tolstoi “Mi felicidad consiste en que se apreciar lo que tengo y no deseo en exceso lo que no tengo”.
Cuando las escuchamos o las leemos con un paisaje maravilloso de fondo, rápidamente nos apresuramos en compartir esas imágenes en nuestro Facebook o en Twiter y pensamos que los seres humanos somos un poco tontos por no darnos cuenta de algo tan sencillo, pero la cosa no pasa de ahí. Al cabo de cinco minutos nos olvidamos y comenzamos a desear aquello que no tenemos y a no valorar lo que realmente poseemos.
Para bien o para mal, esa caprichosa dama que es la vida, de vez en cuando nos da una bofetada en la cara, cuando no un ostión de proporciones considerables, y nos hace comprender que esas frases que tantas veces hemos leído pero hemos ignorado, tienen más peso del que realmente pensábamos.
De puro evidente no nos damos cuenta que ciertamente son las cosas más sencillas, las que realmente nos hacen ser felices. Convivimos con ellas, pero no nos damos cuenta y empecinados en nuestro propio mundo, solo nos preocupamos por tener dinero, una buena casa, conducir un automóvil mejor y más grande que el del vecino y marcharnos de vacaciones más lejos que cualquiera de nuestros amigos. Buscamos un status que muchas veces no tenemos. Ni tan siquiera necesitamos.
De puro evidente no nos damos cuenta que ciertamente son las cosas más sencillas, las que realmente nos hacen ser felices. Convivimos con ellas, pero no nos damos cuenta y empecinados en nuestro propio mundo, solo nos preocupamos por tener dinero, una buena casa, conducir un automóvil mejor y más grande que el del vecino y marcharnos de vacaciones más lejos que cualquiera de nuestros amigos. Buscamos un status que muchas veces no tenemos. Ni tan siquiera necesitamos.
Quizás la búsqueda de la felicidad sea una debilidad humana y realmente habría que esperar a que ella nos visite en lugar de salir a buscarla como si la pudiéramos encontrar en la estantería de un supermercado. Los filósofos parecen tenerlo muy claro, la felicidad como tal no existe, no es algo razonable “La felicidad no es un ideal de la razón sino de la imaginación” aseveraba Kant y empecinarnos en su búsqueda logrará el efecto contrario. John Locke, padre del liberalismo decía que: “Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”.
Yo tengo más alma de artista que de filósofo y pienso que sin unas circunstancias adecuadas, nuestra mente jamás podría alcanzar la disposición necesaria para ser felices. Si le preguntamos a cualquier persona sobre cual es momento más feliz de su vida, casi con toda seguridad nos dirán que ese día fue el nacimiento de su hijo.
Que mejor circunstancia para preparar nuestra mente para ese momento de felicidad suprema. Para mi lo fue. Al fin y al cabo no hay nada más grande que regalar vida, y después de eso todo debería carecer de importancia.
A nadie nos gustan los reveses que sufrimos, pero siempre podemos aprender de ellos. Yo lo estoy haciendo. Cosas que antes hacía sin prestarles la menor atención se han convertido en gestos que me producen una tremenda satisfacción. Leer un libro. Escuchar música, ver una película con mi hija y reconocerme en su rostro cuando yo tenía su edad. El brillo de la ilusión en su mirada. Una sonrisa.
Ayer salí a cenar con mi mujer, algo que hacemos a menudo, pero los sentimientos eran diferentes. Lo pasamos realmente bien. Disfrutamos de buena comida, buen vino. La vi sonreír. La vi feliz, y yo me sentí feliz. Y ahí me di cuenta de que la verdadera felicidad es hacer feliz a los demás, con esas cosas sencillas que están al alcance de nuestra mano. Entender la felicidad como recompensa y no como fin.
No hay que esperar a que sea demasiado tarde para darnos cuenta de que esas frases, son ciertas “La felicidad es un articulo maravilloso, cuanto más se da, más le queda a uno”.
A nadie nos gustan los reveses que sufrimos, pero siempre podemos aprender de ellos. Yo lo estoy haciendo. Cosas que antes hacía sin prestarles la menor atención se han convertido en gestos que me producen una tremenda satisfacción. Leer un libro. Escuchar música, ver una película con mi hija y reconocerme en su rostro cuando yo tenía su edad. El brillo de la ilusión en su mirada. Una sonrisa.
Ayer salí a cenar con mi mujer, algo que hacemos a menudo, pero los sentimientos eran diferentes. Lo pasamos realmente bien. Disfrutamos de buena comida, buen vino. La vi sonreír. La vi feliz, y yo me sentí feliz. Y ahí me di cuenta de que la verdadera felicidad es hacer feliz a los demás, con esas cosas sencillas que están al alcance de nuestra mano. Entender la felicidad como recompensa y no como fin.
No hay que esperar a que sea demasiado tarde para darnos cuenta de que esas frases, son ciertas “La felicidad es un articulo maravilloso, cuanto más se da, más le queda a uno”.
Así que no esperéis un golpe de la vida, para hacer feliz a los demás y sobre todo para daros cuenta de que esa es la verdadera felicidad. Cada persona es sus circunstancias y podrá apelar la búsqueda de la felicidad a aquello que más anhele. Yo por el momento me quedo con lo que decía el escritor George William Curtis, “La felicidad, radica ante todo, en la salud”
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